Por allá a inicios del siglo XX, los primeros Toma llegaron en barco al Perú en busca de mejores oportunidades. Dejaron atrás sus familias, hogares e incluso a sus hijos mayores para encontrar mejor fortuna en un país nada parecido a Japón. Ni siquiera hablaban castellano y tampoco tenían referencia alguna de cómo era el lugar al que se dirigían. Este es el caso de muchos migrantes que tuvieron que empezar de cero en tierras lejanas. Mis bisabuelos se establecieron en las chacras de Lima, en ese entonces sin saber sumar y con un vocabulario limitado se volvieron comerciantes logrando sobrevivir a la pobreza extrema. Poco a poco la familia comenzó a crecer y con ello la mano de obra. Entonces los hijos se sumaban al negocio o comenzaban a emprender por cuenta propia. Fueron recién los nietos (entre ellos, mi madre) quienes pudieron estudiar en una universidad y formarse profesionalmente para insertarse en el campo laboral “como Dios manda”. Mientras tanto, mi padre, cuyos padres migraron a Lima desde provincia, tuvo una suerte parecida. Desde pequeño buscaba distintas maneras de aportar económicamente en su hogar, lo que al mismo tiempo le permitió aprender de todo un poco e interesarse por temas muy distantes entre sí. Este se convirtió en uno de los rasgos más característicos de su personalidad. Terminó por estudiar ingeniería, pero desde que tengo uso de razón se dedica a todo menos a eso, aunque es cierto que su formación le ha permitido emprender con mucha destreza. Ahora lo entiendo.
¿A dónde quiero llegar con todo esto? Pues desde hace un tiempo ronda en mi cabeza una idea que cobró sentido luego de revisar mi historial familiar. Y es que muchas veces cargaba con la culpa de no dedicarme a mi carrera de economista tras los esfuerzos de mis padres, y los padres de sus padres, para que yo pueda estudiar en una de las mejores universidades del país. Pero, ¿qué es lo que finalmente estoy haciendo? Pues, emprender. Entonces comprendí otra de las tantas ironías de la vida. Muchos padres emprenden negocios buscando un futuro mejor en el que sus hijos puedan salir a buscar un empleo con todos los beneficios laborales que les dé la estabilidad que ellos no tuvieron. Sin embargo, ¿cómo puedo acostumbrarme a depender de un empleador cuando toda mi vida he normalizado la independencia laboral? Dado que crecí en un entorno lleno de referentes de superación gracias a la cualidad del emprendedor. Evidentemente, el camino del emprendimiento es muy duro, una razón más por la cual los padres prefieren ahorrarles ese dolor a sus hijos. Pero aun así me veo inevitablemente atraída por ese camino, casi casi como si emprender ya formara parte de mi ADN. Y es que después de varias generaciones de emprendedores, incluyendo a mi propio padre, no me pueden culpar por heredar el mismo “gen”.